miércoles, 29 de septiembre de 2010

LA SEGURIDAD EN EL TRABAJO. A MANERA DE REFLEXIONES NECESARIAS.

Por Lydia Guevara Ramírez

Según la OIT en el mundo ocurre unos 430 millones de accidentes laborales al año, de estos 270 millones corresponden a accidentes de trabajo propiamente dichos y 160 millones a enfermedades profesionales, como resultado de lo cual unas 2 millones de personas mueren año a año en el mundo[1].

Algunos de estos accidentes son la consecuencia de causas que debían haber desaparecido desde hace mucho tiempo, pero aún no constituye la primera prioridad de muchas empresas, el cuidado de la integridad física y mental de su fuerza de trabajo, activo más importante que mueve la maquinaria empresarial, porque una empresa no es otra cosa que una organización social, una asociación de personas que ponen en funcionamiento diferentes recursos, tanto financieros, como económicos, tecnológicos, materiales, con fines de lucro e incluso con una función social[2]. El elemento humano en la empresa es trascendental, porque reiteramos lo que en muchas ocasiones hemos dicho: No se puede seguir insistiendo en que “sin empresa no hay trabajo”. Hay que invertir el orden y decir “sin trabajo, no hay empresa” y sobre todo, “sin los trabajadores, entendiendo por estos a todos los que laboran en una empresa, no hay ni trabajo, ni empresa”. De esta forma acercamos la dimensión económica de los resultados, con la dimensión social de lo humano.

Cuando se trata de la América Latina, cuya región nos interesa sobre todo ante la situación de sus relaciones laborales, en un entorno cada vez más desregularizado y con cerca de un 60% de la fuerza de trabajo precarizada, seguramente el cuadro narrado anteriormente sobre la accidentalidad y morbilidad debe ser más aterrador. ¿Por qué? Porque la información no abarca fielmente la realidad.

Si un 50% de su fuerza laboral está ocupada en el sector informal, bajo condiciones de ilegalidad, exclusión informativa por parte de algunos patronos para limitar hasta impedir los beneficios de la seguridad social, en labores tercerizadas, otrora formando parte de la empresa y ahora externalizadas en una suerte de flexibilidad laboral, para hacer más ágil y lucrativa la empresa, así como otros supuestos de la flexibilización laboral, para no hacer interminable la lista de las dificultades con las que se tropieza el investigador a diario, es probable que el resultado de cualquier estudio sea parcializado, subjetivo y falta de objetividad, porque aún estamos lejos de conocer las reales implicaciones de la política neoliberal en el mundo del trabajo, donde se ha amenazado y casi se ha logrado desvirtuar el papel del derecho laboral, se han desregularizado sus efectos y mucho se habla de si en el futuro continuará existiendo derecho laboral o pasará a ser “derecho de empresa”, o como ya se le llama en algunas regiones del planeta “derecho social”.

Hay colegas que se cuestionan si vale la pena o no establecer normas legales para regular el trabajo tercerizado, darle reconocimiento legal, antes de mantenerlo en la ilicitud, si de todas formas grandes contingentes de trabajadores han pasado de ser trabajadores con relaciones laborales estables a subcontratados por ser sus actividades de medio a fin y no constituir el núcleo duro del servicio o producto de la empresa donde se encontraban.

La tercerización lejos de crear empleos, ha provocado crecimiento de la accidentalidad, ha puesto en riesgo la vida de los trabajadores, ha contribuido a la formación de un ejército de discapacitados, pues pocos empresarios se preocupan de garantizar el adiestramiento necesario del personal, tanto pre-empleo, como durante su ocupación efectiva, para ejecutar las labores contratadas en un ambiente de seguridad y con condiciones aceptables de trabajo.

Cuando de accidentes de origen profesional se trata, si son por condiciones inseguras, la responsabilidad recae en el empresario por no garantizarlas, pero ¿Cuándo son por actos inseguros de los trabajadores? La mayoría de las veces, los actos inseguros se originan por impericia del ejecutor del hecho y ésta se debe a falta de conocimientos de los riesgos en el trabajo. La responsabilidad entonces nuevamente recae en el empresario que no se esforzó por dotar a los trabajadores de las instrucciones precisas sobre las condiciones de trabajo.

La pregunta salta a la vista: ¿De cual empresario estamos hablando? ¿Quién es el empleador responsable? ¿El que utiliza el personal suministrado por la entidad empleadora, o la propia entidad empleadora?. No nos cabe dudas que ambos, el que usufructúa los beneficios del trabajo y el que también usufructúa las consecuencias del empleo, al recibir el pago por los servicios prestados, pues ambos son beneficiados por el trabajo del que lo ejecuta.


Preocupa América Latina porque para muchos autores es la zona de mayor desarrollo del futuro, sin embargo, a pesar de las previsiones de crecimiento del empleo y reducción de la tasa de desempleo, por las cifras oficiales de los anuarios estadísticos,  actualmente persiste la tendencias al subempleo y al desempleo, así como al trabajo informal que hacen más complejo el análisis[3]. 

Según otras fuentes citadas entre ellas, la propia OIT[4], el número de accidentes de trabajo fatales en América Latina se incrementó de 29,500 en 1998 a 39,500 en 2001 y en la actualidad “ocurren 36 accidentes de trabajo por minuto y aproximadamente 300 trabajadores mueren cada día como resultado de los mismos”. De tal suerte, habría en América Latina  cerca de cincuenta millones de accidentes del trabajo anuales, de los cuales 90.000 se conoce que tienen resultado letal. Cerca de 30 millones de accidentes laborales causan ausencia de tres o más días, mientras que 148,000 fallecimientos están relacionados con enfermedades y accidentes de trabajo, lo que significa que también en el continente se observa la misma tendencia de un mayor crecimiento de las enfermedades provocadas por agentes nocivos en el trabajo que los propios accidentes.

Entre estas sustancias que muchas veces son cancerígenas, se encuentran la arena sílice, el amianto, los plaguicidas y otros productos químicos peligrosos, sin hablar de las enfermedades emergentes, por así decirlo con algún término usual en la actualidad, provocadas por los biocombustibles, la nanotecnología,  el uso permanente de las computadoras y el estrés como resultado del ritmo de trabajo y otros factores de riesgos organizativos

A pesar de que en el continente americano se encuentran países cuya producción industrial es de las mayores en el mundo, como sucede con las actividades vinculadas a la extracción y refinación del petróleo en Brasil, México y Venezuela,  la precariedad laboral de la región ha ido en aumento, siendo la informalidad del empleo un fenómeno generalizado en los últimos 10 años.


Primera interrogante para este trabajo: ¿de qué meta de trabajo decente estamos hablando?

El trabajo decente significa contar con oportunidades de un trabajo que sea productivo y que produzca un ingreso digno, seguridad en el lugar de trabajo y protección social para las familias, mejores perspectivas de desarrollo personal e integración a la sociedad, libertad para que la gente exprese sus opiniones, organización y participación en las decisiones que afectan sus vidas, e igualdad de oportunidad y trato para todas las mujeres y hombres.

Siguiendo en el mismo análisis anterior de la región en que vivimos, en Centroamérica y el Caribe, los expertos alertan que cada año, uno de cada seis trabajadores sufre un accidente de trabajo de tal severidad, que debe  buscar atención médica[5].

Sin embargo, volviendo al inicio de nuestras reflexiones, esto datos pueden considerarse estimados y no reales, ya que se manipula la información que no reporta la realidad, puesto que solamente 1 de cada cinco hechos de este tipo son reportados y la propia informalidad de la economía hace que no se denuncien y no se incluyan en las estadísticas.

El sector informal también preocupa por su vulnerabilidad, no posee protección alguna para los trabajadores accidentados y para completar el cuadro tan sombrío, se reconoce una tercerización ascendente a ritmos inusitados, cuyo resultado apunta hacia una reducción de la calificación y experiencia del personal, dando al traste con los términos de trabajo seguro y en condiciones de higiene y salubridad, poniendo en riesgo la meta del “trabajo decente” tan promovida por la propia OIT para este decenio puesto que se trata de personal joven, entre 15 y 25 años de edad, inexperto, que fluctúa de un sector al otro, buscando mejoras económicas y de sectores altamente peligrosos como la construcción, la minería, la extracción y exploración de petróleo y gas, la fabricación de azúcar, el área forestal, la agricultura, entre los que provocan las mayores cifras de accidentes del trabajo, así como los mayores de 60 años que se mantienen trabajando[6].


Se observa discriminación con respecto a las mujeres, cuya tendencia de incorporación al empleo ha sido la mayor de la historia, pero contradictoriamente, acude a los trabajos de menor remuneración y en los sectores más vulnerables, como son los servicios, donde básicamente ellas se incorporan al empleo informal, al trabajo doméstico y a trabajos en condiciones de ayuda familiar.

Según la Agencia Europea para la Seguridad y la Salud en el Trabajo, se han detectado brechas en cuanto a seguridad y salud laboral entre las mujeres, primero porque sigue existiendo desigualdad en el tratamiento de la trabajadora, diferencias salariales y no se cumple la premisa de igualdad de trato sin discriminación por ningún motivo lesivo a la dignidad humana. ¿Acaso el género no se utiliza con enfoque discriminador?

Los principales riesgos laborales a que se ven sometidas las mujeres son los trastornos musculoesqueléticos de cuello y extremidades superiores, por permanecer largas jornadas de pie, con malas posturas, movimientos repetitivos, levantando y trasladando cargas aunque sean livianas, el uso de detergentes en labores de limpieza que provocan daños en la piel y vías respiratorias, el estrés y la violencia ejercida por el público.

Las mujeres sufren más estrés que los hombres por acoso sexual, discriminación, trabajos con grandes exigencias emocionales y la doble tarea del trabajo y el hogar. En 1996, se lleva a cabo la 2ª Encuesta Europea sobre Condiciones de Trabajo realizada por la Fundación Europea para las Condiciones de Vida y de Trabajo y en sus conclusiones se dictamina que el acoso sexual  no es un fenómeno esporádico que afecte a unas pocas mujeres, sino que un 3% habían sufrido acoso sexual en los últimos doce meses anteriores a la encuesta. El porcentaje representa la cifra de dos millones de mujeres.  Además, las mujeres en empleos precarios sufrían mayor abuso que las que disfrutaban de empleo estable.

Son sometidas a violencia en el trabajo de atención al público y padecen más asma y alergias, como se decía en párrafo anterior, por las actividades de limpieza, sector sanitario e industria textil y confecciones donde se utilizan productos químicos dañinos a la salud. A su vez están más expuestas a enfermedades cutáneas en sectores tales como servicios de comidas, peluquerías y limpieza y a enfermedades infecciosas en el sector sanitario.
La segunda interrogante sería: ¿puede nuestra región seguir soportando la pérdida de vidas humanas y sobre todo, asumir gastos millonarios vinculados con los costos de la seguridad social?



[1] En 6 años la cantidad de accidentes con saldo mortal creció en 2,28 veces, lo cual indica la falta de atención y previsión sobre el tema de la seguridad y salud en el trabajo.
[2] Son interesantes las definiciones de Adalberto Chiavenato en su obra “Iniciación a la organización y técnica comercial, o de Zoilo Pallares en “Hacer empresa: un reto” o de Ivan Thompson, consultadas para impartir clases sobre derecho empresarial en el mundo del trabajo. (Nota de la autora)
[3] Basta con analizar que del total de ocupados, más de la mitad se encuentran en el sector informal de la economía, muchos incluso, que están ocupados, se encuentran “en negro”, porque sus empleadores no han formalizado la contribución al seguro social y por tanto, no están inscriptos en registro oficial alguno de empleados en relaciones de trabajo por cuenta ajena.  (nota de la autora)
[4] Al respecto consultar la página web de la OIT y sus informes sobre Trabajo decente.

[5] Las cifras fueron tomadas de investigaciones y ponencias  presentadas en foros internacionales por expertos de estos países
[6] Sin referirnos al teletrabajo, al telemarketing en su versión de los “Call Center” que han provocado morbilidad auditiva, depresión nerviosa, angustia, alteraciones del sueño, etc.

2 comentarios:

  1. Muy interesante artículo. Hay que crear conciencia en todos los trabajadores de la importante que es utilizar herramientas y capacitar sobre técnicas adecuadas para prevenir riesgos en las distintas labores, pues el índice de siniestros lamentablemente no es bajo.

    ResponderEliminar
  2. Me interesaría obtener un comentario mayor y de ser posible incluso una colaboración que publicaré gustosa, hasta 3 cuartillas. El reto está, la invitación, ahora espero por ustedes.

    ResponderEliminar